Pocas fotografías me llegan tanto como la que se muestra en la portada de este texto, que más que una nota; es una historia traída de la huasteca, breve, como la vida, y significativa como ella misma.
Ya había recorrido las calles del centro de Huejutla, me pasee por su altar monumental, escurrida de sudor y algo confundida, el viaje de casi ocho horas me dejó sedienta, agotada y algo entumecida.
La carretera pasando San Agustín Mezquititlan está estropeada por baches en ambos carriles, son 193 km de distancia desde mi humilde casa en Pachuca de Soto a la cabecera de Huejutla de Reyes, pero lo mero bueno comienza adelantito de Zacualtipán, ahí vas como pelota en el carro, de un lado a otro, rebote y rebote.
Mi misión era encontrar el significado del Xantolo, y arrastre a los míos para acompañarme. Luego de presenciar los adornos tradicionales del centro y disfrutar del bailongo, en la mañana monté camino para buscar el honor a los muertos.
Seguí el rastro de migas
Lo encontré en la senda, de a poco iba dejando un rastro, como migajas. Primero en el sonido de los cuetes que tronaban anunciando el rito y luego a un costado de la carretera empezaron a aparecer figuras; flores naranjas en pequeñas capillas o nichitos, era el punto donde tiempo atrás, otros se habían ido en algún accidente, pero en ese lugar les rendían honor, ataviados de cempasúchil, con velas y con una que otra ofrenda los vivos los recordaban.
Entonces, de entre la nada, en una caminata armonizada por el sonido de los grillos, los objetos tomaban forma humana, era una señora, avanzaba a paso tranquilo sobre el camino de asfalto, primero descalza, y luego se puso unas sandalias, en su mano llevaba un recipiente tapado con un trapo, era la ofrenda del día, justo antes de empezar a levantar la comida e ir al panteón.
La ofrenda es todo, es esfuerzo, amor, comida, recuerdo, música, bebida, luz, aromas, alegría, esmero.
Las comparsas
A la memoria le gusta la compañía, entonces vi que en las casas había amor y la familia se reunía para tomarse un refresco de cola, entre risas y chistes aguardaban el momento para salir vestidos de otros, con mascarás, paliacates y lazos jugaban a burlar a la muerte o a los diablos y de paso pedían dinero, un espectáculo vibrante, lleno vida, así es como también se ofrenda la moneda, ellos son las comparsas, o coles como les llaman en San Felipe Orizatlán.
Bailando al son del huapango y el violín, son chiflidos y el retumbe de sus pasos en el piso, unos vestidos de mujer, otros con sombrero y lazo, cubren su rostro con máscaras, detrás de esos disfraces su familia los conoce, aunque entre tantos, luego se camuflan.
Hacía mucho calor, decían que me veía como extranjera y eso que soy mas mexicana que el nopal, me invitaron un vasito de refresco y me acabe de una.
Olores, flores y copal
Entonces la vi a ella, apresurada, llevaba dos ramos de flores, unas silvestres de color blanco y otro de las tradicionales de cempasúchil, además de un jarrón de barro color azul y un sahumerio para quemar el copal, que es una combinación de sabia de árbol con algo de corteza y cuyo olor es representativo de los días de Todos Santos.
La gente aquí es antigua por sus costumbres y también por su edad, los más jóvenes salen de sus comunidades para estudiar o irse al gabacho a trabajar, luego hacen vida allá y solo vuelven para ocasiones especiales, navidad, día de muertos, un sepelio o una boda, pero en su pueblo siempre se les hecha de menos.
En estos días la familia anda junta, o en bola, es una tradición que se pasa de generación en generación desde hace tiempo, ya sea para poner el altar o para ir al panteón, pero es algo que te enseñan desde morrito.
El sendero de pétalos de flor me guía.
El Campo Santo
Siguiendo el camino llegué al panteón de San Felipe Orizatlán justo cuando los habitantes vistan las tumbas de sus difuntos, nadie llora.
Ahí empieza el ritual, el sepulcro se adorna, se coloca otra oblación, pan, cerveza, tamales, dulces, flores, chocolate, todo lo que se ofrenda de comida es consumido y los parientes se reencuentran.
En esa lápida se dignifica la remembranza más intima de cada miembro de la familia; están alegres, todos vuelven a estar juntos, la vida les permite estar un día más, la muerte se ve, se siente, ahí está sentada, pero no da miedo, tampoco es fría u oscura, el sol brilla sobre ella y cuando cae la noche, las velas la iluminan.
Un altar en casa, una familia
Ya casi estoy por terminar mi viaje, soló hago dos paradas más.
La primera es hacia las entrañas de un hogar; paso como viendo de reojo y me armo de valor para tocar la puerta de una casa, con todo respeto solicito me permitan hacer la toma de ese momento tan suyo, es el altar en su casa, me trueno los dedos pensando que me van a rechazar, para mi sorpresa me autorizan y hasta me invitan un chocolate, apenada los capturo desde la entrada y gradezco la atención.
El tiempo se me acaba, sorprendida me percato nuevamente que no hay tristeza, si hay dolor, ese se ha convertido en un recuerdo, uno que se siente mejor.
Una fotografía, un recuerdo
Mi última parada es la con la que empecé este relato, es la historia de una fotografía, la de Don Javier Arbizu, un profe de español de secundaria, de la comunidad de Coacuilco de San Felipe Orizatlán.
Cuando pasaba por el panteón lo vi sentado en una silla a la sombra de un mausoleo, me otorgó permiso para fotografiarlo, bajo una condición, quería se retratado con su esposa.
Accedí pensando que su mujer estaría adornando la cripta familiar o con los demás miembros de su familia, me quedé pasmada cuando el profe se levantó y se dirigió a un sepulcro, tomó una fotografía, con mucho cuidado, la limpió con la manga de su camisa, le dio un soplido y poso con el retrato de una hermosa mujer.
Justo ahora no podría definirte con exactitud que es el Xantolo, espero que tu puedas conceptualizarlo, para mi fue tan impactante la calidez, esmero y amor con el que evocamos la memoria de nuestros difuntos, que incluso desconozco las palabras para honrar el alma de los que ya no están.
Son las acciones y los detalles de las ofrendas los que dan significado al nombre de un difunto, así lo conocieron y lo vivieron, hasta el fin de los días y de los recuerdos de quienes lo amaban.
Xantolo es una manifestación del amor, traspasa las barreras del cuerpo.
Agradezco a los habitantes de Huejutla de Reyes y de San Felipe Orizatlán que me permitieron retratarlos en esos momentos profundos y personales, gracias por su cariño y calidez para con esta reportera. Dios sabe que me hubiera querido quedar más tiempo.
Fotografías: Maricela Cisneros.